“Circulación: sangre bombeando por el corazón que recorre el cuerpo por los vasos sanguíneos”
El concepto de circulación (sangre bombeando por el corazón que recorre el cuerpo por los vasos sanguíneos) parece obvio en la actualidad, pero fue un misterio durante miles de años. El médico inglés William Harvey ofreció la primera explicación correcta de este aspecto fundamental de la fisiología en 1628.
Las primeras explicaciones sobre el corazón, la sangre y los vasos sanguíneos solían ser metafísicas o fantásticas. En la antigua China, el Huagdi Neijing describió como la sangre se mezclaba con el chi, o energía vital, y circulaba por el cuerpo. Hipócrates pensaba que las arterias llevaban el aire de los pulmones y que el corazón (que se creía que tenía tres cámaras) estaba el centro de la inteligencia, la vitalidad y el calor. Erasístrato, otro médico de la Grecia Antigua, creía que el corazón producía un “vapor vital”, o pneuma, y que la sangre entraba y salía de las venas en un momento de flujo y reflujo. En la Roma Antigua, el médico Claudio Galeno demostró que las arterias contienen sangre roja brillante a alta presión, mientras que las venas contienen sangre oscura a baja presión. Teorizó un sistema en el que los alimentos digestivos iban al hígado, que los transformaban en sangre nueva que, entonces, las venas distribuían por el cuerpo, siendo el corazón donde se mezclaba con el aire de los pulmones. Galeno creía que la sangre procedente del hígado a través de las venas tenía una forma interior de “espíritu natural”. En el corazón, la sangre se filtraba por poros diminutos en la pared, o septo, de la parte derecha a la izquierda, y de ahí pasaba a las arterias, que la dotaban de una forma elevada de “espíritu vital” y la llevaban al cerebro, donde recibía su forma superior, o “espíritu psíquico”.
Desmontar mitos antiguos
Pasaron más de mil años antes de que los anatomistas y los médicos comenzaran a cuestionar las teorías de Galeno. El médico árabe Ibn al-Nafis cuestionó la existencia de poros en el corazón: “El grueso septo del corazón no está perforado y carece de poros… La sangre de la cámara derecha debe fluir a través de la vena arteriosa (arteria pulmonar) hasta los pulmones, difundirse por sus sustancias, mezclarse con el aire y pasar por la arteria venosa (vena pulmonar) hasta la cámara izquierda del corazón y, ahí, formar el espíritu vital”. Esta fue la primera explicación de la circulación pulmonar de la parte derecha del corazón a la izquierda pasando por los pulmones.
A inicios de la década de 1500, el artista y anatomista italiano Leonardo Da Vinci realizó dibujos anatómicos detallados del corazón e incluyó poros en el septo, pese a que no había podido verlos. Andrés Vesalio, anatomista flamenco, buscó los poros durante sus estudios para su gran obra De humani corporis fabrica (De la estructura del cuerpo humano), y afirmo que “ni siquiera se podría hacer pasar un pelo finísimo de un ventrículo al otro”.
El siguiente paso de la refutación de la sabiduría antigua tuvo lugar en 1535, cuando el español Andrés Laguna afirmó que el corazón tenía dos ventrículos, no tres. Los avances siguieron en la década de 1540, cuando Amato Lusitano, médico portugués, demostró que las válvulas de los vasos sanguíneos solo permitían una circulación unidireccional, no bidireccional como en el sistema de Galeno.
Doble circulación
Miguel Ervet, anatomista y científico español, refinó la descripción de Al-Nafis de la circulación pulmonar en su Christianismi restitutio (Restitución del cristianismo). Seis años después, el profesor de anatomía italiano Realdo Colombo, en De re anatomica, apoyó la idea de la circulación pulmonar y describió las contracciones cardiacas que impulsan la sangre a las arterias. La fundación del concepto general de circulación se atribuye al médico italiano Andrea Cesalpino, quien, en 1569, concluyó que “las venas llevan la sangre al corazón, donde alcanza su última perfección, y, habiéndola adquirido, es transportada por las arterias al resto del cuerpo”.
En 1628, William Harvey hizo encajar por fin las piezas del rompecabezas del sistema de circulación que conocemos hoy. Era médico jefe en el Hospital San Bartolomé, en Londres, y médico de Jaime I y de su heredero Carlos I. Aunque carecía de microscopia, Harvey confiaba en haber detectado las relaciones entre las arterias y venas diminutas que completan la circulación. Malpighi las identificaría como los vasos capilares.
Bibliografía: Dorling Kindersley Limited (2017). Medicina. La historia visual definitiva. Montserrat Asensio Fernández Trad. Gran Bretaña. Editorial Penguin Random House 2016.